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Ñoño y el ñandú misterioso
En el pequeño pueblo de Ñañelu, vivía Ñoño, un niño con una imaginación desbordante y ojos chispeantes. Su pasatiempo favorito era coleccionar piedras y conchas que encontraba a orillas del río Ñireco, cerca de su hogar.
El día de su cumpleaños, Ñoño esperaba con ansias sus regalos. Pero entre todos ellos, uno destacaba sobre los demás: una caja grande, envuelta en un papel brillante con dibujos de ñandús. No había tarjeta ni indicación de quién lo había enviado.
Al abrirlo, Ñoño encontró una figura tallada en madera de un ñandú. Pero no era una figura común, tenía unos ojos que parecían cobrar vida y un brillo misterioso. Cuando Ñoño la tocó, sintió un escalofrío y una serie de imágenes comenzaron a desfilar por su mente.
Vio vastas llanuras, ñandús corriendo libres, montañas que tocaban el cielo y un anciano tallador que, con sus manos, daba forma a la figura de madera. Ñoño entendió que el ñandú era un regalo de aquel anciano, un guardián de las tradiciones de Ñañelu.
A partir de ese día, la figura del ñandú ocupó un lugar especial en la habitación de Ñoño. Se convirtió en un recordatorio de la riqueza de su cultura y de la magia que yace en las cosas más simples.
Con el tiempo, Ñoño compartió la historia con los otros niños del pueblo, y todos se sintieron inspirados para valorar y conservar sus tradiciones. El misterioso regalo no solo le trajo alegría a Ñoño, sino también un sentido de propósito y conexión con su tierra natal.
Preguntas para "Ñoño y el ñandú misterioso"
El día de su cumpleaños, Ñoño esperaba con ansias sus regalos. Pero entre todos ellos, uno destacaba sobre los demás: una caja grande, envuelta en un papel brillante con dibujos de ñandús. No había tarjeta ni indicación de quién lo había enviado.
Al abrirlo, Ñoño encontró una figura tallada en madera de un ñandú. Pero no era una figura común, tenía unos ojos que parecían cobrar vida y un brillo misterioso. Cuando Ñoño la tocó, sintió un escalofrío y una serie de imágenes comenzaron a desfilar por su mente.
Vio vastas llanuras, ñandús corriendo libres, montañas que tocaban el cielo y un anciano tallador que, con sus manos, daba forma a la figura de madera. Ñoño entendió que el ñandú era un regalo de aquel anciano, un guardián de las tradiciones de Ñañelu.
A partir de ese día, la figura del ñandú ocupó un lugar especial en la habitación de Ñoño. Se convirtió en un recordatorio de la riqueza de su cultura y de la magia que yace en las cosas más simples.
Con el tiempo, Ñoño compartió la historia con los otros niños del pueblo, y todos se sintieron inspirados para valorar y conservar sus tradiciones. El misterioso regalo no solo le trajo alegría a Ñoño, sino también un sentido de propósito y conexión con su tierra natal.
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