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Irene, el íbice y la isla inexplorada
Irene era una intrépida inventora de itinerarios inusuales para viajes. Su último invento: un impresionante vehículo híbrido, mitad tren, mitad barco y con alas de avión, apodado "Ícaro".
Un día, mientras inspeccionaba un antiguo mapa, identificó una isla inexplorada en medio del océano Índico. ¡La isla ideal para su próximo viaje!
Con la compañía de Ignacio, un joven íbice que había rescatado de un peligro inminente en los Alpes italianos, Irene inició su viaje en el "Ícaro". El tren surcó intrincados rieles, el barco navegó inmensos mares y el avión sobrevoló incontables islas.
Finalmente, llegaron a la isla deseada. Era un paraíso inmaculado: aguas cristalinas, intensos bosques tropicales y imponentes montañas. Pero lo más impresionante era una infraestructura intacta: una antigua civilización insular que había construido intrincadas edificaciones.
Mientras exploraban, Ignacio, con su agudo instinto, señaló hacia un monolito inscrito con iconos indecibles. Al acercarse, Irene interpretó las inscripciones: era la historia de los "Isleños del Índigo", una civilización ilustre que adoraba a los íbices como divinidades.
Con gran sorpresa, los nativos de la isla, al ver a Ignacio, inmediatamente lo reconocieron como un descendiente directo de sus dioses íbices. Celebraron su llegada con un inolvidable festín y bailes.
Agradecidos por la hospitalidad, Irene e Ignacio pasaron incontables días en la isla, aprendiendo y compartiendo historias. Al partir, los isleños entregaron a Irene un ídolo de oro en honor a Ignacio. De regreso en su hogar, Irene inscribió esta aventura como la más inolvidable de todas.
Preguntas para "Irene, el íbice y la isla inexplorada"
Un día, mientras inspeccionaba un antiguo mapa, identificó una isla inexplorada en medio del océano Índico. ¡La isla ideal para su próximo viaje!
Con la compañía de Ignacio, un joven íbice que había rescatado de un peligro inminente en los Alpes italianos, Irene inició su viaje en el "Ícaro". El tren surcó intrincados rieles, el barco navegó inmensos mares y el avión sobrevoló incontables islas.
Finalmente, llegaron a la isla deseada. Era un paraíso inmaculado: aguas cristalinas, intensos bosques tropicales y imponentes montañas. Pero lo más impresionante era una infraestructura intacta: una antigua civilización insular que había construido intrincadas edificaciones.
Mientras exploraban, Ignacio, con su agudo instinto, señaló hacia un monolito inscrito con iconos indecibles. Al acercarse, Irene interpretó las inscripciones: era la historia de los "Isleños del Índigo", una civilización ilustre que adoraba a los íbices como divinidades.
Con gran sorpresa, los nativos de la isla, al ver a Ignacio, inmediatamente lo reconocieron como un descendiente directo de sus dioses íbices. Celebraron su llegada con un inolvidable festín y bailes.
Agradecidos por la hospitalidad, Irene e Ignacio pasaron incontables días en la isla, aprendiendo y compartiendo historias. Al partir, los isleños entregaron a Irene un ídolo de oro en honor a Ignacio. De regreso en su hogar, Irene inscribió esta aventura como la más inolvidable de todas.
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