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Chelo, el chinchilla y la chistera mágica
En el pintoresco pueblo de Chiville, todos conocían a Chelo, una chinchilla con una chispa especial en sus ojos. Siempre era la chinchilla más alegre y juguetona de todas.
Una tarde, mientras paseaba por el mercado de Chiville, Chelo encontró una chistera negra, con un aspecto antiguo y un chispeante bordado plateado. La curiosidad la picó, y decidió probársela.
¡Chis! Al ponerse la chistera, Chelo se transformó en una chinchilla gigante. Sorprendida, se quitó la chistera rápidamente y volvió a su tamaño normal. ¡Era una chistera mágica!
Con su nueva chistera, Chelo se convirtió en la atracción del pueblo. Los niños la rodeaban para verla transformarse, mientras los adultos se asombraban y chismorreaban sobre la misteriosa chistera.
Sin embargo, con el tiempo, Chelo comenzó a sentir que todos la apreciaban solo por la chistera y no por quien realmente era. Así que, una noche, dejó la chistera en una chistera más grande en el parque de Chiville.
Al día siguiente, cuando los aldeanos se dieron cuenta de que la chistera había desaparecido, Chelo temió que ya no la quisieran. Pero, para su sorpresa, los niños seguían buscándola para jugar y los adultos para charlar.
Chelo había aprendido una valiosa lección: lo que la hacía especial no era una chistera mágica, sino su esencia y su manera de ser.
Preguntas para "Chelo, la chinchilla y la chistera mágica"
Una tarde, mientras paseaba por el mercado de Chiville, Chelo encontró una chistera negra, con un aspecto antiguo y un chispeante bordado plateado. La curiosidad la picó, y decidió probársela.
¡Chis! Al ponerse la chistera, Chelo se transformó en una chinchilla gigante. Sorprendida, se quitó la chistera rápidamente y volvió a su tamaño normal. ¡Era una chistera mágica!
Con su nueva chistera, Chelo se convirtió en la atracción del pueblo. Los niños la rodeaban para verla transformarse, mientras los adultos se asombraban y chismorreaban sobre la misteriosa chistera.
Sin embargo, con el tiempo, Chelo comenzó a sentir que todos la apreciaban solo por la chistera y no por quien realmente era. Así que, una noche, dejó la chistera en una chistera más grande en el parque de Chiville.
Al día siguiente, cuando los aldeanos se dieron cuenta de que la chistera había desaparecido, Chelo temió que ya no la quisieran. Pero, para su sorpresa, los niños seguían buscándola para jugar y los adultos para charlar.
Chelo había aprendido una valiosa lección: lo que la hacía especial no era una chistera mágica, sino su esencia y su manera de ser.
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